(Paul Monzón, desde Egipto).- A pesar de que Rusia aseguró que el artefacto explosivo que hace un mes derribó el avión de Metrojet, en el cual fallecieron 224 personas en su mayoría rusos, fue obra de yihadistas con la colaboración de algún trabajador del Aeropuerto de Sharm El Sheij, lo cierto es que aún no hay un veredicto unánime de lo que pasó aquel día, y lo más importante: quién está detrás.
Visitar Egipto se ha convertido hoy por hoy en un dilema para muchos potenciales turistas que sueñan con conocer las Pirámides, el Templo de karnak, o navegar en crucero por el Nilo. Muchos países, entre los que se incluye España, desaconsejan a sus connacionales viajar a la «Tierra de los Faraones» porque nada garantiza su seguridad personal.
Y yo me pregunto: ¿Y en París alguien tenía garantizada su seguridad en la sala Bataclán?; ¿O quizás los turistas, o franceses de a pie, estaban más que seguros aquel fatídico viernes 13 -sangriento- mientras departían al calor de un café en aquellos restaurantes cuando fueron acribillados por terroristas?
El terrorismo, al igual que el mundo, también se ha globalizado.
Días maravillosos en Egipto
Llegué a El Cairo el pasado 21 de noviembre. Algunos amigos me advirtieron que era una locura viajar a un país cuando al contrario miles estaban intentando salir. Siempre he creído que cuando te toca, te toca.
Nada más llegar no he percibido un gran despliegue policial en el aeropuerto. Eso sí: me retuvieron un cuarto de hora en el control de pasaportes porque el policía de fronteras creía que mi pasaporte era falso. El susodicho lo revisó una y otra vez a la par que me miraba fijamente. Luego utilizó una lupa para revisar mis datos, etc. No contento con ello llamó a otro agente para que se llevara mi documento y lo revisara minuciosamente en otra oficina, por decir algo.
Quince o veinte minutos después regresa y me devuelve el pasaporte, y adiós buenas. Puede que la culpa la tenga mi pasaporte que está algo viejito de tanto vagabundear por el mundo, pero creo que la cosa no era para tanto. En fin. Ya estaba en Egipto, uno de mis sueños de infancia.
Nos recogió nuestro guía Ahmed, quien nos lleva al Hotel Fairmont, perteneciente a una cadena canadiense y que tiene hoteles por todo el mundo. Nada más llegar uno se da de bruces con las extraordinarias medidas de seguridad para entrar en el mismo. Primero, hay que sortear como una garita de control y una vez que se accede a la puerta del establecimiento, hay que pasar sí o sí a través de un arco de seguridad. Los equipajes corren la misma suerte pero a través de un escáner. Todo idéntico como cuando vas a viajar en avión y te encuentras con esos molestos controles, pero necesarios para garantizar la seguridad de uno.
Este bendito ritual tuvimos que sortearlo casa vez que entrábamos y salíamos del hotel. Hay que resaltar las medidas para garantizar de alguna manera la seguridad de los potenciales turistas que quieran visitar y se encuentra en Egipto, aunque molestas, son óptimas.
Las mismas medidas: escáner, y arco de seguridad incluido, te encuentras cuando vas a visitar los templos arqueológicos de Luxor, las Pirámides de Giza, Sáqqara, Philae, etc. o incluso para entrar en algún restaurante de moda. Nadie se libra de ser «escaneado».
Fue una pena constatar in situ que el turismo receptivo ha caído estrepitosamente, pero no el turismo interno que es el que te puedes encontrar si visitas las pirámides o viajas en crucero por el Nilo.
Unos días después, tras navegar por el Nilo en el formidable barco Amarco 1, tuve la gran suerte de visitar en su penúltima parada, el Templo de Abu Simbel; o mejor dicho: el Templo del faraón Ramses II en Abu Simbel.
Los 300 kilómetros de carretera bien asfaltada que hay desde Aswan hasta el complejo arqueológico, al cual los egipcios lo califican como la octava maravilla del mundo (y lo es) los recorrimos en caravana de autocares fuertemente escoltados.
Hay que recalcar que la escolta policial ya se daba antes del incidente del avión ruso, y no es una medida nueva de protección. El regreso de Abu Simbel se dio bajo las mismas medidas de seguridad hasta nuestra llegada al barco.
Cabe resaltar que para embarcar en cualquier crucero hay que sortear las mismas medidas de seguridad que en cualquier parte. Y me quedo corto al decir que entrar al aeropuerto de El Cairo es lo más estricto que uno se pueda imaginar.
Primero, si no tienes tarjeta de embarque o el respetivo billete de avión no te dejan entrar. Si pasas este control te espera otro en el cual hay un escáner y arco de seguridad. Cuando haces el respectivo checking, no te libras de pasar otra vez por el escáner y otro arco de seguridad. Incluso los agentes te pueden cachear para asegurarse de que no eres un peligro o llevas algo que pueda atentar contra la seguridad de los pasajeros o del avión.
En mi caso, que llevo cables, baterías, enchufes, cámaras, videocámara, trípode, ordenador portátil, tableta, siempre levanto sospechas porque, para empezar, mi mochila pesa lo que no está escrito y los escáner tienden a alucinar con tanto aparato.
El exceso de celo entre los agentes se hace notar. No quieren que se les pase nada de nada. En esta ocasión me decomisan las pilas del flash. Protesto, pero veo que no llego a nada así que paso del asunto. Un rifi rafe de estos no me va a hacer olvidar los días maravillosos que he pasado en la tierra de los faraones.
¡Gracias Egipto! Tal como dice «Terminator»: ¡Volveré!
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Mi agradecimiento al Ministerio de Turismo de Egipto, Organización de Fomento de Turismo de Egipto, Asociación de Agencias de Viajes y Consorcio de agencias de habla hispana que han hecho posible este viaje maravilloso.